Salta, música tradicional y tensión con la modernidad
El folk argentino tiene mucho para decir de las humitas, la naturaleza y la intimidad del corazón de quién escribe.
Primer avistaje: folclore, Cuchi, tamales y pajaritos
Viajé a Salta en pleno invierno pensando que no iba a tener frío. Al llegar, una oleada de calor de unos veintipico de grados me recibió en la provincia, que dicen, es la más linda del norte. Me tomé un taxi y la sensación era ¿qué hago acá? En el taxi sonaba folclore, subí un video para mis amigos, los mensajes no tardaron en llegar. La pregunta era, ¿cómo te vas a adaptar a esa música?
En el hostel, folclore. En el bar, folclore. En la calle, folclore. En el colectivo, folclore. En los micros, folclore. En las ferias, folclore. Me perdí por algunas pocas horas la Fiesta del tamal y me quedé mirando a unos pibes en la plaza que tiraban freestyle en una glorieta. Las palabras locales aparecían y se mezclaban con un slang que rimaba el color regional con el slang más urbano. Caminé unas cuadras buscando un lugar para comer y preguntándome si hay bohemia en Salta. Hay, ¿cómo no va a quedar un rastro de bohemia en la tierra del Cuchi Leguizamón?
Caminando, me pierdo con mucha facilidad en Salta y no logro guiarme por la catedral o las montañas, me encontré con un barcito plantado en una esquina. Mezcla de pulpería y bar notable, tenía apenas ocho mesas y un mostrador, pero también una cuidada biblioteca que decía estar a disposición del comensal u ocasional lector. La Tacita está ubicada en el centro del casco histórico salteño, justo frente a la catedral. La atiende Porfidio y a veces suena folclore pero por las noches está prendida la tele. En La Tacita se encuentran periodistas, poetas, músicos, trabajadores de la zona y turistas. No hay mejor empanada o mejor tamal que no se de en esas mesas y no hay mejor lugar para una porteña que extraña su casa. Ir a cenar a la Tacita noche tras noche, mientras corregía notas o las ideaba como esta que leen, preparaba clases o sencillamente miraba la nada, me hizo mejor la vida. Ahí hablé con locales del folclore, de las fiestas, de si me convenía ir o no a la calle Balcarce o meterme en peñas más escondidas, de lo que es forjar una identidad, de cómo eso que se ve como exótico e incluso se rechaza, es parte de una. Spinetta supo en su sabiduría que el folclore había que tomarlo, o al menos admitirlo, como matriz estética de nuestra cultura. Yo no. Es que Spinetta hay uno solo.
Pedro Aznar dijo sobre Cuchi: “recoge el canto de la tierra y la hermana con las músicas del mundo”. Cuchi en Salta es estilo, vanguardia y también el último modernista que parió el norte argentino. Sin estudios formales de piano, pero con un estilo que ganó reconocimiento a nivel mundial y de parte de tantos géneros (desde el jazz al rock), Leguizamón fue la entrada al folclore para los músicos de rock que se encontraron identificados en sus contrapuntos e innovaciones. Una mezcla de personalidad, curiosidad, ruptura con la técnica y riesgo. Si el folclore peca muchas veces de conservador (al igual que el rock!), la respuesta es sí. Pero encuentra su rebeldía en anomalías como el Cuchi, que tocaba con un corazón de vanguardia. De todos modos hay que aceptar que para el oído no entrenado y el gusto no desarrollado, incluso algo como el Cuchi es difícil de digerir. En este viaje, seguramente también en los que vengan, me estuve preguntando qué parte mía falló, aunque suene muy tremendista, para ver siempre el folclore como algo que nada tenía que ver conmigo. No doy más vueltas y lo digo: ¿qué me pasaba que veía en una música nuestra algo de los otros?, como si esos otros fueran de otro planeta.
Es una pena que te pierdas la fiesta en honor al Tamal. Lo escuché en el hotel, en la voz de un colectivero que me llevaba a una quebrada y también en los bares del centro. La realidad es que me iba unas horas antes de la fecha en honor a tan increíble comida y me la perdía nomás. Hubiese ido para poder ver qué chiquita es mi música, aunque el festival de Cosquín siempre me lo recuerda, y qué grande es la música de los otros que están empezando a ser un poco yo. Al tercer día estaba tan acostumbrada a la música local que me resultaba raro escuchar otra cosa, pensaba…qué raro que acá escuchan rock. Incluso la música funcional de algún restaurante o sala de espera me resultaba una anomalía, pero pasa eso.
Los que conocieron al Cuchi cuentan que para él la función social de la música era importantísima (o eso me contaron mientras comía queso y dulce en un puestito de San Lorenzo). Una vez contó que estaba de muy mal humor y salió a caminar por Salta, pasó un chico en bicicleta cantando una de sus canciones y él lo frenó para preguntarle por qué cantaba. El chico le contestó, canto porque me hace feliz. Y ahí Cuchi encontraba la función social de la música, su sentido. La madre de Cuchi imitaba el sonido de los pájaros y la provincia le debe haber facilitado eso, ya que está llena de pájaros cantores. Tengo conocidos que me pidieron grabar sonidos de pajaritos locales pero lamentablemente no tenía el equipo necesario. Es que los avistadores de aves juntan sonidos y hacen con eso enormes bibliotecas sonoras.
Aunque no pude grabar, sí busqué varios pájaros, más que nada en la quebrada de San Lorenzo y en La Caldera. Busqué en internet y encontré un grupo de avistadores en la localidad de San Lorenzo pero no encontré un horario disponible con mi cronograma de trabajo. Si bien no pude grabar, otros sí y han grabado casi mil sonidos de aves salteñas que se refugian entre los valles y los bosques de yungas. Algunos de los sonidos se pueden escuchar acá y también se puede colaborar. Algo notable es que mientras más se sube en la quebrada más claros y estridentes son los sonidos de los pájaros, con más detalle se ven los nidos y con más claridad se ven los colores. Algunos son tan lindos y tan coloridos que terminé aceptando que las palomas son bastante feas.
En la quebrada hice dos recorridos, uno a pie y otro a caballo. A pie entré al bosque y a caballo en una zona mucho más abierta. Si se sube bien alto, es difícil marearse pero siempre por las dudas hay que tener un chicle, se puede ver la extensión total del Valle de Lerma. Es rara la sensación ahora que la recuerdo. Por un lado no se escucha nada, pero por otro lado se escucha todo. No se escucha nada porque no se escuchan voces, autos, celulares, gritos, bocinas. Pero se escucha todo porque mientras los caballos descansan se escucha el río, que se mezcla con los pájaros, la respiración de los caballos, el viento, animales escondidos, aleteos. En ese sentido, sin folclore, terminé aprendiendo a escuchar otras cosas. Incluso se escucha el propio corazón.
Nuevo folk salteño: renovación y cumbia los viernes a la noche
Algo que me pregunté con total inocencia fue, ¿hay gente joven haciendo folclore? Gracias al buen trato, casi compasivo hay que decirlo, de los y las salteñas, las respuestas se van encontrando. Mi mamá me dijo que es mejor pasar por ignorante en un tema que por arrogante, porque lo primero se arregla preguntando pero lo segundo tiene chances de no arreglarse. Así que pregunto porque quiero saber. Lo que es conocido para todas las personas, incluso miles en Capital, puede no ser conocido para una si la música con la cual trabaja, con la cual se relaciona, con la cual compone y con la cual se levanta cada día, es básicamente el rock. En una de esas conversaciones alguien me sugirió escuchar Folk de Canto 4. Me llamó la atención el título porque la música que empecé haciendo era folk pero, no voy a mentir, el folk de Dylan para abajo.
En el folk argentino hay hits como hay hits en todos lados. Por lo que la intuición me dice, una de esas canciones más hiteras es Entré a mi pago sin golpear, que grabaron para el disco Folk. Comentando con una amiga que sabe de esto mucho más que yo, le pregunté …¿no es medio solo de rock el solo de introducción de este tema?
La respuesta para mí es un sí. Escuché el disco con la mayor atención posible y fui enganchando cosa a cosa como siempre pasa en la madriguera de YouTube. Así llegué a algo que en términos musicales no sería ni vanguardia ni renovación, pero sí modernización de cómo se escucha y se ve el folclore. Una guitarra abre el recital de Los Huayra y eso no debe ser una novedad pero lo es para mí, como todo esto, como cada cosa que voy administrando y dividiendo en las cajitas de información musicales. Ser rockstar tiene muchas formas, maneras y modos en la Argentina, cosa que sospechamos y en el fondo bien sabemos todos, pero comprobamos cuando vemos cómo funcionan las cosas en lo real.
Si las aproximaciones son modernas o vanguardistas o rupturistas la cosa sigue costando igual si se vive lejos. Pero cuesta bastante menos cuando una se acerca. No es que te volvés fanática o de repente vas a dejar todo lo que sabés y querés para vos solo porque entraron otros sonidos. Quizás no todos tenemos la cabeza de otros músicos, Spinetta o Mollo por nombrar a dos, para tomar todo eso y traducirlo en influencia.
A veces la banda de sonido se interrumpe y arremeten otras cosas. Una cumbia, una fiesta de cumbión con Los Palmeras, una cruza con los ritmos populares que bajan de Bolivia o de Perú y se mezclan como se fue mezclando la comida local. Quién quiera saber de eso no tiene más que darse una vuelta por el mercado popular donde los viernes y sábados encontrará volanteras, lo que nosotros conocimos como tarjeteras, avisando que tal o cual toca esa noche en un fiestón a puro ritmo y sustancia. Quien quiera comprar CDs quemados a pura voluntad, un compilado, un enganchado de la cumbia norteña podrá hacerlo por apenas 30 pesos o incluso menos.
Algo que no terminaba de entender en el mercado salteño era por qué se te tiraban encima en el primer piso. Cuando digo que se tiraban encima mío, es literal. Chicas, chicos, de a dos, de a una de a varios, con pocos segundos de diferencia, su objetivo es que te sientes en el mercado y tomes algo o cenes, lo que sea, en alguna de sus mesas. Eso, me enteré luego, es porque van a comisión por cada comensal o bebedor que consiguen. Como una extensión de las tarjeteras de cumbia de la planta baja. Ahí arriba los sonidos se mezclan con la bebida y es lo más parecido a una previa (que larga bastante temprano) que ví en mucho tiempo. Ahí sí me sentí por primera vez aturdida pero no pasa nada. Las cosas se mezclaban con los sonidos, las ofertas, la cumbia, con el ¿qué quiere tomar?, ¿qué gusta comer?
Lamentablemente no llegué a ir a ninguna fiesta, pero un poco me hubiese gustado. Para seguir haciendo cosas diferentes, para variar, para escuchar otras cosas, no nuevas, otras cosas y nada más. Algo que me debo y que seguramente haré cuando vuelva.
Cierre y despedida
Dicen que Salta es la provincia más linda del norte argentino. Es injusto decirlo pero es la verdad. Es muy linda Salta y enamora desde muchos lados. Primero te mide, después te acerca un plato de quesillo con dulce, te compra desde el estómago, te hace dormir la siesta, a la noche hace frío, en el día hace calor, los cerros en invierno anunciaron nieve y ahora hacia el verano los lapachos rosados contrastan con tantos otros colores. Es linda Salta y es tan linda que te enamora.
Aprendí varias cosas y cuando esas cosas son muy nuevas para una, están en proceso y fácil no es escribirlas. Es como que se van haciendo parte del entramado propio, ayudan a sacar conclusiones, renovar puntos de vista, asumir algunas cuestiones que son personales pero también culturales y artísticas y seguramente también otras cosas que se me escapan…
Lo demás viene solo. Hay que tener paciencia y saber escuchar, aclimatarse. De última siempre hay un té de coca.