El rap y el trap local y el legado del Rock Nacional
Tentativa de una cartografía temporal de los ritmos urbanos que corren por las calles de la ciudad de Buenos Aires. Desde Avenida Rivadavia, de Manal, al rrioba de Malajunta.
Cartografía de Buenos Aires: de Manal a Don Cornelio
Javier Martínez (fundador de Manal) dijo que, en el nacimiento del rock argentino, todos se reían de ellos y que ahora, casi medio siglo después, son mito. Las letras de Martínez son, en un punto, las fundadoras de lo que hoy conocemos como el rock barrial. Casi una década antes del nacimiento de Patricio Rey y los Redonditos de Ricota, la banda fundada en el Instituto Di Tella supo encontrar las palabras necesarias para narrar Buenos Aires. Si algo es Buenos Aires, es Manal. Desde Avellaneda Blues a Avenida Rivadavia, el distintivo de la banda supo ser una mezcla de rock pesado, lírica barrial y una economía envidiable para armar un costumbrismo propio. Cada letra de Manal es una novela desglosada en 4 estrofas. No necesitamos más narrativa que esa síntesis de una Buenos Aires casi cosmopolita, pre dictadura, hoy casi inimaginable. Martínez supo conservarla en un par de discos y dar así inicio a una mística que se mantiene hasta el día de hoy.
El rock nacional es una pelea constante en la música argentina. La épica máxima de enfrentamiento se dio en el versus Redondos y Soda Stereo. Muchas veces, se olvida el origen de la banda comandada por Solari y Skay. Desde la crema de la crema de la vanguardia artística en La Plata a los primeros recitales en Palladium, si había algo fino para ver esos eran los Redondos. Luego la banda explotó, el país cambió y las legiones inundaron estadios. Pero esa es otra historia. Lo que no se puede dejar de señalar es que hay pocas cosas que sean más argentinas que los Redondos. Un fenómeno que apenas puede tocar algunas sensibilidades en países limítrofes, sencillamente es demasiado nosotros.
En la lista de lo barrial, podemos incluir también a bandas que le escapan al rock y se acercan más al post punk. Sumo (Mañana en el Abasto), Don Cornelio y la Zona (en el album Patria o muerte) y el pop de Virus que narra historias de noche y sexo en el hotel Savoy. Ser Buenos Aires y vivirla pareció ser por muchos años una seducción en la que caerían tarde o temprano todos los músicos.
Los años fueron golpeando cada vez más al rock barrial. Una baja de calidad más que notable y la desgracia Cromañón, son dos factores relevantes pero no los únicos. Todos los años, en una especie de apuesta eterna, se dictamina la muerte del rock. El rock finalmente sobrevive en un mundo en donde parece no haber espacio para germinar ni un nuevo Patricio Rey ni tampoco otro Mick Jagger. No queda claro si las nuevas generaciones no los necesitan o no hay materia de primera para crearlos; eso lo dirá el tiempo. Lo que sí queda claro es que los ritmos urbanos parecen haber tomado todos los charts. Semanas atrás, el periodista de rock Pablo Plotkin señaló que ninguna banda de rock argentino alcanza los primeros puestos en Spotify. El reinado recae sobre el trap, el rap y el reggeatón. La tendencia lejos de achicarse, crece. Si para la generación de los 90s el estallido fue Nirvana, para la generación actual parece ser el trap. De calidad, podemos discutir páginas y páginas. El resultado va a ser el mismo: el rock la tiene difícil.
Rap & Beats locales: Dorados 90s, presente auspicioso
El avance del rap en Argentina tuvo una primera etapa en los 90s, de la mano de IKV y el Sindicato Argentino de Hip Hop. IKV llegó lejos y el resto no, historia conocida. A mediados de la década siguiente asomó un micro fenómeno llamado Fuerte Apache. Observados como una continuidad de la narrativa de la mítica película Pizza, birra, faso, el F.A. llamaba la atención por su parecido al rap del ghetto estadounidense y prendía en los medios por sus características naturales. Eso también fue desvaneciéndose y de un día para el otro ya no hubo noticias de la crew del Fuerte.
En los últimos años comenzaron los rumores de las batallas de freestyle conocidas como “Batallas de gallos”. Primero en el oeste, luego en el sur y finalmente en el lugar donde explotaron, el Parque Rivadavia. Las “Batallas de gallos” eran enfrentamientos callejeros, en plazas generalmente, entre raperos. El nivel no era bueno (podemos conceder que el español no ayuda y que el rap no es algo nuestro, ni tampoco correctamente asimilado) pero, con el correr del tiempo las cosas fueron, en algunos casos, mejorando. La práctica y la constancia, hacen al artista. El ida y vuelta constante, la llegada de programas como El quinto escalón y el esponsoreo de Red Bull, contribuyeron a que el fenómeno prosperara.
¿Pero qué queda al final del día cuando se escuchan freestylers que basan su producción en la constante denigración del otro? Desde los clásicos insultos, al cuerpo de la mujer como campo de batalla o la normalización de un verbo (penosamente) naturalizado como “violada” para hacer referencia a un rapero que dio vuelta a su contrincante. En ese camino se abre paso de a poco el talento y cuando emerge, emerge desde la cartografía de zona norte, zona sur y capital federal. Retoma, con o sin saberlo, el camino clásico del rock argentino. La plataforma musical es universal, la narrativa puramente local.
Desde zona sur lo más destacado viene de la mano de T&K que basa su sonido en la escuela del hip hop de los 90s de la costa este (el homenaje a Wu Tang es explícito). Con un disco que data del 2014, los paisajes de zona sur se dejan ver en una serie de videos que, con la misma tonalidad fría y paleta de colores, brindan una idea firme sobre el lugar de origen de T&K.
Lo más interesante de Teika es cómo logra traer al presente un sonido que tampoco es tendencia hoy en el mundo. La idea de tomar de lo clásico para narrar el presente no es nueva, pero hoy es atrevida. Frente a todos los que corren atrás del último beat, mantenerse fiel al rap tradicional y al gusto que formó el amor por la música es un mérito. Otro punto que lo separa del resto es que Teika piensa en términos de discos y no de singles. Si algo le juega en contra a la escena local, es no pensar la música de manera tradicional. Los años pasan y las cosas cambian, puede ser que la gente ya no piense en discos, pero eso no significa que el disco como obra deja de funcionar o puede ser suplantada por un grupo de videos. Los que piensan en disco son los que se perciben a sí mismos como músicos y ambicionan una obra por sobre los liles. Los discos quedan, la obra te define, las redes sociales mueren y ejemplos sobran. MySpace, Blogger, Fotolog dejaron de existir pero el disco resiste. Si Teika tuvo en claro todo eso o no, no lo podemos afirmar. Pero el carácter sólido de sus lanzamientos parece indicar que sí.
Otra cosa a destacar es su vivo, uno de los puntos débiles de la escena aunque eso se explicita mucho más en el trap. Teika mantiene su flow en vivo y le suma un aire de tranquilidad que podemos denominar cool. Va tranquilo.
A contramano de T&K y con el freestyle como modo de vida, aparece Wos. Su nombre real es Valentín y se impuso como uno de los batalladores estrellas de la escena local. Campeón coronado en el Luna Park y con un estilo agresivo que encuentra sus más altas rimas cuando se corre de lo esperado (las puteadas cuando no aparece el ingenio), Wos creció y colaboró a que muchos raperos entiendan que con denigrar a mujeres, gays o gordos, no alcanza. Si bien Wos no escapó siempre de eso—la naturaleza del rap no se cambia fácilmente y tampoco se le debe demandar una tarea colectiva a una sola persona—con el tiempo demostró que tiene mucho más. Su conciencia social y su observación sobre la realidad cotidiana de la vida comenzó a formar parte de su repertorio. Su mirada más enfocada en lo que podemos llamar clase media, constituye a formar una crítica ácida que se expande a su propio entorno.
En su reciente alianza con Banzai, Wos logra darle vida a un cruce entre el rap y el rock nacional tradicional. Con sonidos que recuerdan—salvando desde ya las diferencias—al Spinetta de Pescado Rabioso, Wos entrega un tema llamado Protocolo, tomando la posta de la cartografía local, balanceada con la vida personal e incluso íntima.
En Protocolo, Wos no solo denuncia el estado de las cosas (Pero veo a toda esa gente caminar con mala cara / Pibes descalzos bajo un cartel de las nikes más caras), también habla de una necesidad de otra persona para tolerarla (Che, qué pena nena / No llores más en esta noche / Puedo acompañarte a pata, no tengo coche) y remata con algo que se puede leer como una crítica a la escena local (Miles de familias se quedan sin trabajo / Mientras otros en sus rimas hablan de fajos).
Con este tema y con diferentes presentaciones en vivo, Wos se plantea no solo como rapero sino también como músico. Su acercamiento al rock local, lo ubica en un lugar diferente que más adelante podrá rendir en producciones más ambiciosas. La curiosidad de un artista siempre es bienvenida y ciertos choques entre escenas que pueden parecer antagónicas, logren quizás buenos resultados a futuro.
Ubicando el GPS en Zona Norte, la estrella es Malajunta Malandro, el que más explota el legado lírico del rock nacional. Con admiraciones explícitas que van desde el Indio Solari a Horacio Guaraní, Malajunta va narrando la vida normal, tranquila, amorosa y con sobresaltos moderados, de una habitante de zona norte. Descartando de plano posar de gangsta o recurrir al bling bling, Malajunta apela a situaciones cotidianas en las cuales cualquiera que viva en un barrio de cualquier punto cardinal se puede reconocer. Ranchear en el barrio tranqui, enamorarse de una piba por Instagram y tomar birra. Todo eso está ahí, pero también Malandro fue creciendo y encontrando maneras más simples de tramitar lo profundo. Eso se escucha en Chito Calavera, un himno a la vida y una afrenta contra la muerte y la vejez.
A su manera y con simpleza, baja información acerca de la alegría de vivir y también una profundidad que otras escenas musicales (el indie, por ejemplo) no supo o no quiso encontrar. Hablar de la muerte parece ser patrimonio de pocas bandas locales (El Siempreterno en la actualidad y TTM en los 90s) pero hacerlo con jolgorio y relajo, parece ser la línea que define a Malajunta.
Postulándose como la capitana del trap, aparece Cazzu. Utilizando un recorte de su apellido, con experiencia en la cumbia (en muchas de sus variantes) y en el reggeatón, el planteo de Cazzu puede ser el de ocupar el lugar sexy/sensual del trap con una voz marcadamente seductora. Es difícil tender lazos entre las letras de Cazzu y el camino del rock nacional, entre sus temas y los temas de T&K. No son su fuerte. Pero hay una actitud de ir para adelante y de trabajar—lo que podemos llamar prepotencia de trabajo—que no se ve en otros trapperos que se preocupan más por Instagram que por la música. Con una vertiente que hereda del reggeatón y que parece querer mirar a veces al dancehall y al R&B, lo que propone Cazzu es música para la pista y una interpelación directa a las mujeres a las que invita al meneo. Como única objeción se puede señalar que no necesita—con las herramientas que tiene—forzar una voz boricua o recurrir a la palabra nigga, que no pertenece al slang local y tiene una carga política y étnica que reclama respeto. Pero eso es cuestión quizás de tiempo, Cazzu es joven y hará su camino de la manera que quiera, pueda y decida.
Notas Finales
El fenómeno del rap y del trap local se encuentra en un punto de alta exposición. No se puede hacer futurología, lo que va a quedar de las decenas de rappers y trappers es algo que no podemos saber. Los cientos de pibes y pibas que peregrinaban para batallas en el Parque Rivadavia son adolescentes; incluso, algunos niños. Como tal, son un público volátil que hoy toma esto como identidad pero mañana no se sabe.
Las producciones de calidad recién comienzan. Si algo se puede señalar a modo de crítica son dos cosas: la poca calidad de los vivos y la falta de visión a la hora de pensar un disco como obra. Muchos mixtapes (término que entra con forceps, el mixtape es otra cosa) parecen acarrear cierta esquizofrenia. Un disco es una obra y tiene una lógica, todo tiene un orden y un sentido. Se debe pensar milimétricamente qué abre, qué cierra y cómo se transita la escucha de diez, doce temas. La lógica de las redes sociales puede dictar algo, pero el arte sigue manteniendo reglas claras y los que quieran permanecer y sobre todo dejar una huella en la música argentina se deben preocupar más por el concepto disco que por los likes. Todo lo sólido se desvanece en el aire, pero las canciones y los discos no. Son la banda de sonido de la vida cotidiana.
Por último, se podría reflexionar a futuro sobre el rol de las mujeres y otras minorías en la escena y el uso de términos como nigga. Con respecto a las mujeres basta ver las batallas, su presencia es 99% nula y si bien hay intentos por salir de los estereotipos (Killa de Cazzu, podría arrimar un ejemplo aquí citado), la ferocidad sigue siendo territorio de los hombres. Sería bueno volver a ver a raperas como Rouse en acción, dando material de estudio. La homofobia, otro punto a problematizar. Siempre fue, y sigue siendo, un problema en el rap, pero la llegada de alguien como Frank Ocean muestra un camino a seguir que a nivel local no se deberá ignorar.
En lo que concierne al uso del término nigga es un asunto delicado que quizás pase por alto en nuestro país pero le ha costado carreras a más de una persona en otro. Desde ya que el término negro es parte del slang en la villa. Es la conversión del uso del “negro de mierda” en una posición de reivindicación y respeto (por ejemplo Negro de barrio de Esteban el As) y eso no se discute. También se lo usa como apelativo cariñoso entre amigos. Pero nigga o nigger es otra cosa y responde a la cultura afroamericana y su lucha por el reconocimiento en igualdad y el cese del racismo en Estados Unidos. Quienes quieran realmente tomar las influencias de la cultura negra tiene que respetarla y para eso hace falta conocerla. Tomar las trenzas, los modos y el slang, no te da más flow ni te hace más creíble. Todo lo contrario. Hay palabras y modos que representan, además de una cultura, una reivindicación de la existencia. No por nada las continuas acusaciones de apropiación cultural le ha costado casi su carrera entera a Iggy Azalea.
Desde lo puramente estético se puede agregar algo. En el mes de enero se lanzaron dos singles: Trap de Shakira feat. Maluma y Dura, el regreso de Daddy Yankee. Shakira que intenta sostenerse en un mundo de competencia fuerte, en donde envejecer puede ser un pecado, no recibió una buena recepción de su tema. Su público ya no resiste que la estrella que conocieron como la letrista de toda una generación, un orgullo al mundo, se suba a cada colectivo que la deje en los charts que, encima, le niegan la cima. El trap es una versión muy limitada y diluida de otros ritmos y la saturación parece haber comenzando. Como todo declive, mostrará signos de cansancio pero tardará en diluirse. Con un instinto que lo sigue dejando como el rey indiscutido del reggaetón, Daddy Yankee toma nota de esto y presenta un single alejado del trap e incluso del reggeatón, aunque con el espíritu de este último. Sacando del reggae y el reggeatón, presenta un tema que tuvo enorme recepción y buenas criticas.
Es bueno y nunca está de más tener el radar encendido para seguir, en la medida que se pueda, las novedades en lo que concierne a ritmos urbanos.
El fenómeno tiene sus años, no es nuevo. Sus raíces ya fueron detalladas al comienzo de este artículo. Escenas más grandes pasaron al olvido o mermaron su presencia en la prensa y en el público. El rock, que es decretado muerto año tras año, contra viento y marea sobrevive. No en su mejor momento, comiendo de glorias pasadas, pero respira. Quizás renueve votos con una nueva vitalidad tomando caminos similares a los artistas aquí reseñados. No se trata del beat, ni de la base, ni del solo de guitarra. Se trata de llegar al otro.