Arte por dinero, dinero por arte

Por Julián Landerreche el 4.10.17 en Ensayo

Un vórtice de conceptos variopintos: álbumes y copias, MP3 y FLAC, Trincado y Melero, trenes y vendedores ambulantes, ruinas y sueños, Borges y Luismi, discos rígidos infinitos y libertad cultural, arte y negocios…

“Even all the music ever released can pale next to one more album from a favourite artist.”
Crosbie Fitch, The Total Music Vortex

La frase se traduce algo así: “Incluso toda la música jamás lanzada palidece frente a un nuevo álbum de un artista favorito.”

Conversando con Sam (mente maestra de Libres) y Helena Perez Bellas (orfebre del blog de Libres) sobre cuáles tópicos podría yo escribir, naturalmente surgió la idea de escribir sobre crowdfunding—también conocido como “financiamiento colectivo” o “micro-mecenazgo”.

Es un tema que me interesaba desde hace tiempo, incluso antes del boom de plataformas como Kickstarter, IndieGogo, Idea.me, etc. Las vueltas del destino me llevaron a trabajar durante un tiempo en el desarrollo de Panal de Ideas, una plataforma de crowdfunding de Argentina. La experiencia en Panal de Ideas me permitió explorar más de cerca la naturaleza de este mecanismo colectivo de financiación de proyectos creativos. Tiempo más tarde (y ya más ducho en el tema), tuve la oportunidad de colaborar en la imaginación, planificación y lanzamiento de algunos proyectos.

Casi una década de existencia de estas plataformas online, y no develo nada nuevo al afirmar que el financiamiento colectivo no es una moda pasajera sino que es un modelo de negocios que volvió para quedarse. Un modelo más que probado y válido a la hora de financiar proyectos de diversa índole creativa: tecnológicos, científicos, artísticos, personales, sociales, educativos, entre otros.

Dije “volvió para quedarse” porque lo cierto es que la historia del crowdfunding precede por mucho tiempo a la existencia de Internet. Lo “único” que hizo la Internet (mejor dicho: emprendedores montando plataformas sobre Internet) fue traer al crowdfunding de vuelta, llevando esta práctica a nuevos niveles: al de la ubicuidad, al de la instantaneidad, al de la automatización, al de la descentralización, al de los pequeños números que, multiplicados por medianas cantidades, dan grandes resultados.

No puedo, no quiero, no debo mentir: en estas líneas no hablaré sobre financiamiento colectivo. Al menos, no directamente. La manera de abordar el tema será a través de una suerte de elipsis, apelando tanto a anécdotas personales como a ideas descabelladas. El que avisa no traiciona.

Arte O Negocio

Tal es el título de un álbum de Dr. Trincado. Fue el primer CD que yo mismo me encargué de “convertir” a formato MP3. Es decir, de copiarlo a la compu. Creo que lo había comprado en Musimundo, o quizás en Tower Records, allá por el año 2000. Hoy no puedo recordar si mis intenciones originales eran conservar el disco compacto o si, al momento de comprarlo, ya tenía decidido de antemano que quería explotar un loophole. En aquel entonces, algunas disquerías te permitían cambiar un CD (aunque no conservara el celofán original), siempre y cuando conservaras el ticket de compra y el disco estuviera en buen estado.

Así fue que, de la disquería, me llevé mi copia de Arte O Negocio a casa. Lo escuché un par de veces: me gustó lo suficiente como para tomarme la molestia de rippearlo a MP3. Luego, me apersoné una vez más en la disquería y pedí hacer el cambio. Nuevo disco en mano, volví a casa, esta vez con una copia de Tecno de Daniel Melero. Un álbum que todavía atesoro en mi pequeña discoteca física. Por cierto, también conservo el álbum de Trincado, almacenado en una carpeta de mi vasta discoteca digital.

Diecisiete años después, la carpeta de 82 MB fue pasando de disco rígido en disco rígido, de backup en backup. La copia en MP3 suena hoy casi tan prístina como el CD original, sin haberse degradado siquiera un bit. Cierto es que me hubiera gustado rippear el CD en formato FLAC (un formato de audio sin pérdidas), pero en aquellos años almacenar en ese formato era un lujo que pocos se podían dar. Apenas una decena de álbumes en formato FLAC… y mi disco rígido de aquel entonces se habría saturado. No era negocio para mí.

El MP3… no es para mí. Por eso yo no voy en MPTren, voy en FLACvión… (?)

Los preguntas flotan en el aire: ¿fue negocio para la disquería? ¿fue negocio para los sellos? ¿fue negocio para Dr. Trincado? ¿fue negocio para Daniel Melero? ¿fue negocio para mí?.

Ésta última es la única que puedo responder: sí, fue negocio para mí.

Para los otros interrogantes, habrá que buscar respuestas apelando al arte. Al de pensar. O al de imaginar. O al de soñar.

Las ruinas de un sueño

Marche una frase trillada: la Internet cambió todo. Sí, la Internet, esa máquina—enorme e informe—especializada en hacer solo una cosa: duplicar, replicar, multiplicar—en resumen: copiar—información. Una locomotora que en su marcha se llevó puestos los sueños de muchos y el negocio de pocos. Crónica de un choque de trenes anunciado.

El sueño de vivir—o, al menos, el de poder pagar algunas cuentas—de lo que dejara la venta de copias (de CDs, DVDs, vinilos, cassettes, MP3, etc) fue un sueño que tuvieron muchos artistas de la música. Son relativamente pocos los que vivieron el sueño. Y son cada vez menos los que van a vivirlo.

El negocio del arte: un mundo de ilusiones derribadas, destruidas, aplastadas, olvidadas, sin sentido…

Al tiempo, entre los durmientes, brotaron miles de otros sueños. Y de esos brotes-sueños, algunos florecieron en negocios.

Quien haya tomado un tren hacia—o desde—los paisajes de Conurbania conoce la escena: zanjas, atajos, casillas, San Cayetano y baldíos… y un vendedor ambulante. Cargando al hombro un boombox de estética cyberpunk o hágalo-usted-mismo, el hombre recorre los vagones al son distorsionado de algún “hit del momento”. Lo que este vendedor ofrece a su potencial clientela es un CD/DVD donde fueron almacenadas un centenar de canciones, usualmente abarcando un par de géneros, más bien de corte popular. Enganchados, como vagones de distinta clase, allá van… rock, pop, cumbia, reggaeton, folklore, romántico, electrónica, cachengue…

Es evidente que, para quienes disfrutan de la música, existe la tentación—y la demanda—de tener cantidades de música al alcance del oído. De lo contrario, el mercachifle se abocaría a vender alfajores o linternas o auriculares Coby o libritos para colorear o revistas de sudokus y crucigramas, entre otras baratijas.

Buena parte del atractivo de un CD/DVD “lleno de música” es que el interesado podrá comprar tal cantidad de música a un precio cientos de veces menor que si tuviera que pagar cada álbum o canción por separado. Y otra buena parte del atractivo es que no tendrá que pasar horas en Internet—si es que tiene Internet—buscando las canciones y bajándolas—si es que sabe hacerlo. Cierto es también que en estos días, el futuro ya llegó y con la existencia de plataformas de streaming como Spotify, Bandcamp, Soundcloud y YouTube, y con la ubicuidad de Internet, casi toda la música que alguna vez fue grabada, editada y publicada está al alcance de un par de clicks o taps para ser escuchada, bailada, cantada y compartida, ya sin la necesidad de bajarla y/o almacenarla de forma permanente en nuestras computadoras o celulares. Pero a los fines de este artículo, quedémonos momentáneamente con la imagen del vendedor cargando un bolso abarrotado de DVDs abarrotados de música.

Es fácil imaginar que en pocos años, y a medida que los dispositivos de almacenamiento digital—como discos rígidos y memorias de estado sólido—crezcan en capacidad y disminuyan en precio (tal es la tendencia), nuestro vendedor ambulante abandone los DVDs, ya vetustos y limitados, para reemplazarlos por alguno de esos dispositivos. ¿Y qué nos ofrecerá nuestro vendedor? ¿Un mega-compilado con todavía más música? La imaginación del lector desprevenido podría quedar corta: nuestro vendedor ambulante nos ofrecerá un disco rígido (o un pendrive) con toda la música alguna vez grabada, editada y publicada.

“Dejate de embromar, Julián”, te escucho pensar, mi estimado lector. “¿Cómo que ‘toda la música’?”.

Ingresando al Vórtice Musical Total

En algún lugar de Conurbania…

Esta ocurrencia—la de un dispositivo a la venta que venga con toda la música ya almacenada—no es mía. Ni siquiera me habría puesto a pensar en ese asunto si no fuera que allá por el 2009 fuí a dar con un blog llamado Digital Productions. A primera vista, el diseño del blog—algo tosco, algo brutalista—no atraía ni invitaba demasiado a la lectura. En retrospectiva, admito que el blog es bastante legible; yo solo había “juzgado al libro por su portada”. En aquella primera visita, habré hecho un rápido escaneo visual de títulos y hubo dos que picaron mi curiosidad: The Total Music Vortex y How much is all music worth?. Ambos artículos (y todos los artículos de ese blog) estaban escritos por el mismo autor: Crosbie Fitch, quien, también, era autor de otro blog, Cultural Liberty. Como el nombre lo indica, en ese otro blog Crosbie abordaba un tema en particular: la libertad cultural1.

En el primer artículo, The Total Music Vortex, haciendo unos “cálculos de servilleta” Crosbie planteaba una situación singular: para el 2015, toda la música alguna vez publicada en CD (convertida a formato MP3 en una calidad aceptable), entraría en un disco rígido de aproximadamente $100 dólares. Habiendo pasado ya el 2015, les confirmo que Crosbie erró el cálculo (que no pretendía ser exacto): él estimaba que ese disco rígido tendría una capacidad de 120 TB, pudiendo almacenar la friolera de 1.260.000 CDs de música (un estimado de todos los álbumes que se habrían editado entre 1980 y 2015, a un ritmo de 35.000 CDs por año).

Hoy, por $100 (dólares), te llevás un disco rígido de “apenas” 4 TB de almacenamiento. Si bien este disco no alcanza para almacenar “toda la música alguna vez publicada en CD”, puede almacenar unos 40.000 CDs en calidad MP3 estándar. Siendo que los precios del almacenamiento digital siguen bajando, no es una locura pensar que en un par de años más, cada uno de nosotros tenga—en su computadora o en su celular—un disco rígido o memoria con la capacidad para almacenar toda la música. De ahí a que un vendedor ambulante ofrezca un dispositivo de almacenamiento con toda la música ya pre-cargada, hay pocos pasos nomás.

Uno podría pensar que esta idea, la de toda la música almacenada en un disco rígido, es una mera curiosidad tecnológica. Una suerte de biblioteca borgeana musical2. Lo cierto es que Crosbie decidió llevar esta curiosidad un poco más allá, y en el segundo artículo, How much is all music worth?, se preguntó…

¿Cuánto vale toda la música?

Escribiendo el borrador de este artículo, mientras intercambiaba ideas con un amigo, le pregunté: ¿Cuánto pagarías por la discografía completa de Luis Miguel, almacenada en un pendrive?3. Tardó unos segundos en responder, como si estuviera haciendo un cálculo mental. Luego, en forma de pregunta, arrojó una cifra: ¿$100 pesos?. Retruqué: Yo no pagaría ni siquiera $1. Como mucho, si justo ando necesitando un pendrive, pagaría el precio de mercado del pendrive.

Oportuno aclarar: no es que la música de Luismi no tenga valor. Es a mí a quien le parece que una copia digital—o en cualquier otro formato físico—de la discografía completa de Luismi tiene un valor cercano (o, ejem, igual) a cero.

En su artículo, siguiendo el ejemplo del disco rígido que almacena toda la música (1.260.000 álbumes), Crosbie lleva esa cuestión un poco más allá, y la enuncia así:

Lo que quiero saber es: ¿cuánto ofrecerías por ese disco rígido para tu uso personal? Finjamos que no tiene valor de reventa más allá de los $100 (dólares) de costo del disco rígido.

¿Tu precio es 101 dólares? ¿150 dólares? ¿200 dólares? ¿400 dólares? ¿o incluso 1.000 dólares?

¿Te acercarías siquiera a la marca de 12.600.000 dólares que costaría si pagaras, digamos, 10 dólares por CD?

Crosbie arriesga una respuesta sensata y verosímil, que no voy a spoilearles aquí. Para averiguarla, les invito a adentrarse en la madriguera del conejo y leer su artículo. Disfruten del copetín (¿o será una píldora roja?) para el pensamiento.

Negocios, entretenimiento, dinero, gente

Este artículo va terminando y no mentí: del crowdfunding dije poco y nada. Me guardo todo para algún futuro artículo donde indagaré sobre ese tema, sus orígenes, sus variantes, su justificación ética, ideas y consejos sobre cómo ejecutar una campaña y quién sabe qué más.

Mientras tanto, dejo una pregunta dirigida a músicos y artistas en general. Y si no sos músico pero consumís degustás arte (por ejemplo: sos melómano, o tenés un lugarcito en el corazón para ciertos artistas, o te gusta crear cosas a partir del arte creado por otros artistas) la pregunta también va para vos:

¿En qué negocio está el artista? ¿En el de crear (y vender) su arte? ¿O en el de crear (y vender) copias de su arte?

Pueden escribirme a @cococorazonloco o a mi casilla yo@julianlanderreche.com.ar.

Notas al pie

1 En aquel momento no lo sabía: ambos blogs de Crosbie ayudarían en mi entendimiento de ciertos asuntos mundanos. Al día de hoy, siguen siendo mi material de consulta favorito en temas de derecho, naturaleza humana y cultura. Pero ésa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión…

2 A diferencia de la biblioteca que imaginó Borges, esta discoteca contendría solo la música que fue grabada, y no la música que podría existir potencialmente por arte combinatorio. Esto último requeriría de un disco rígido infinito.

3 Aclaro que elegí al pobre de Luis Miguel porque fue el primer artista que se me vino a la cabeza. Conociendo los gustos musicales de mi amigo, supuse que no tendría en alta estima al cantante mexicano.

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